LA NUEVA ANTROPOLOGIA
Y LA FORMACION MONASTICA
Sor
Marie-Pascale Dran, ocso.
Hace seis años, con ocasión
del Capítulo General OCSO de Poyo, en España, tuve ocasión de compartir algunas
observaciones relativas a monjas jóvenes a las que había acompañado en el
transcurso de sus primeros años de vida monástica. Estas monjas son una pequeña muestra de la mentalidad
correspondiente a sus respectivos intervalos de edad: de 30 a 40 y de 40 a 50
años. Tal vez esta muestra no sea representativa, pero todas las observaciones
se referirán a un plano circunscrito: ¡un monasterio de monjas, en Francia, o
sea, en Europa, en el período de los últimos 20 años!
Como no tengo
una formación propiamente antropologica, prefiero compartir simples reflexiones
personales que provienen de 18 años de vida cotidiana con hermanas jóvenes de
nuestra comunidad. Intentar apuntar lo que
hoy es más relevante en la mentalidad de esas hermanas jóvenes en formación, al
rayar el nuevo milenio.
Procederemos
teniendo a la vista dos etapas que ocurren en orden cronológico, durante la
formación inicial:
- lo que atrae a las jóvenes a la vida monástica
- lo que está
relacionado con su integración en la comunidad
1° Qué las trajo al monasterio
Este punto es
el más fundamental: ¿Qué las trajo al monasterio? Ciertamente, la búsqueda
de Dios. Pero esa búsqueda adquiere formas muy diferentes, ligadas al tipo
de inserción social o cristiana que han vivido premente. Aquí se puede presentar una gran diversidad.
Para las que
nacieron entre 1950 y 1960, la fe, como tantos otros valores
fundamentales, es un dato seguro. La oración, la vida cristiana y la práctica
religiosa regulares forman parte de los elementos estables de la vida familiar
o por lo menos, del ambiente. Algunas
ya hicieron su opción por una vida religiosa, en el secreto de su corazón,
desde la Primera Comunión, a una edad bastante precoz, a los 7 u 8 años.
Digamos de paso que ésta es todavía una característica actual en muchos
lugares. El año pasado, en un encuentro con Dom Eduardo de Azul, éste me decía
que una de sus preocupaciones era cómo acompañar las vocaciones de personas muy
jóvenes de ambos sexos. Está claro que actualmente el medio ambiente es menos
propicio que hace 40 años, pero el Señor es siempre capaz de seducir, a través
de las estructuras de la Iglesia, las cuales se presentan a veces fuera de
cualquier estructura.
Para algunas
ese llamamiento fue el hilo conductor de su vida, incluso si las circunstancias
las hicieron asumir otros compromisos antes de poner en ejecución ese proyecto.
En ese trayecto las elecciones son claras, bien definidas. Lo mismo ocurre con
las dificultades de la vida cenobítica: están ahí y se va a intentar luchar
contra ellas. No se presenta planteamiento sistemático o contestación estéril.
Hay sobre todo un camino largo que recorrer en la reconciliación, en la cura y
en la reanudación de todo lo que la vida cerró o deformó por un reflejo
defensivo. ¡Trabajo de aliento! El desafío que se lanza aquí a la vida
monástica va a ser el de preservar el carisma cisterciense en toda su
frescura, en todo su dinamismo. El monasterio es un lugar en el que podrá
renacer el fervor del primer amor. Entretanto será preciso desenmascarar las
tentaciones y las ocasiones de encerrarse en sí misma, transponer los límites
que hayan proporcionado las experiencias infelices del don de sí en formas de
vida en común o comunitaria. Ir más allá de una cierta incapacidad de darse y
creer de nuevo que todo es posible, ahí está el cuadro que se encuentra con más
frecuencia.
Todavía estamos
encantados por lo que la Familia Cisterciense vivió con ocasión del IX
Centenario de Císter: ese volverse a alimentar en la inspiración de los
comienzos, que ciertamente no cayeron del cielo. El llamamiento de los episodios de la vida de Roberto de Molesme
habrá reconfortado sin duda a más de un cisterciense, al volver a ver cómo se
desarrollaba su búsqueda, larga y pertinaz, de una vida libre, "pobre con
Cristo pobre". Al ver las primeras tentativas de Esteban en la vida
monástica, su larga peregrinación a Roma y después su estabilización con su
entrada en el Nuevo Monasterio, ¡no podemos decir que es nuestra época la que
busca su camino
a tientas! Pero mientras que Roberto, Alberico y Esteban se pusieron
en camino a causa de su búsqueda del Absoluto, para nuestros contemporáneos es
frecuentemente el fracaso o la situación difícil, sin salida aparente, el que
les cierra el camino y los fuerza a partir de nuevo.
Y su angustia
es tanto mayor dado que una sucesión de rupturas los lleva a buscar su camino a
una edad en la cual las generaciones precedentes ya habían encontrado una
orientación estable para su vida. ¡Seguramente va a haber menos monjes y monjas
que celebran su jubileo (bodas de plata o de oro de su profesión) en el próximo
milenio que en este que está terminando!
La ruptura de
la pareja que formaban los padres, caso que se presenta en una proporción mayor
de hermanas que hace 6 años, la vivieron desde la infancia. Las consecuencias,
el sufrimiento, duran para siempre y son más o menos, difíciles de administrar.
Saber que todos los miembros de la familia están vivos, y que sin duda no van a
poder reunirse jamás, será siempre un sufrimiento continuo y sordo, que se
despierta súbitamente cuando los padres se encuentran juntos en la hospedería
del monasterio, e inconscientemente dan a la hermana el papel de árbitro, pero
dejándola soportar de nuevo inmediatamente, en su vida cotidiana, la realidad
de la separación.
Otras también
conocieron esas rupturas en su propia vida o en un círculo más próximo. Hoy
esas rupturas se han vuelto más frecuentes que hace 6 años: divorcio,
desempleo, trabajo temporal... sin olvidarnos de una enfermedad grave que, de
repente, viene a alterar el curso de su existencia y de todo el grupo familiar.
La fe es más difícil, y no sólo en el campo religioso: es creer que en relación
a los padres pueda ir lejos, que la economía no es sólo un artificio, que una
causa humanitaria no es una forma de aprovecharse de la generosidad pública,
que los políticos no son apenas manipuladores; difícil, en fin, creer que
tenemos dentro de nosotros la fuerza para atravesar la vida.
Aquí somos
desafiados a la esperanza, a abrir un camino con la fuerza de la
Resurrección. La culpabilidad antigua, en relación al itinerario seguido
antes de responder a la primera llamada, podrá un día dar lugar a una
celebración de la Misericordia a través de un alistamiento nuevo, sin
restricciones ni reservas, una apertura confiada al futuro. Eso nos vuelve
totalmente solidarios con innumerables personas confrontadas, a veces de forma
brutal, con sus caminos bloqueados o con cambios de orientación, sean
obligatorios sean deliberados. Lejos de ser una fatalidad, sentida como una
repetición de fracasos, una sucesión de estados, o lugares, o condiciones de
vida, puede contribuir para un descubrimiento de la Vida siempre nueva, para la
apertu-
ra al Hombre
nuevo, en una Alianza siempre nueva, porque la fidelidad de Dios es
eterna. Nuestra vitalidad será encontrar, en cada orientación nueva un
trampolín para partir de nuevo, para crecer en humanidad. Justamente, la suerte
de nuestras comunidades es colocar en una relación próxima generaciones
diferentes. Todos sabemos cuán precioso es el testimonio de la sabiduría, la
profundidad, la fidelidad prolongada que pueden dar, sin darse cuenta, nuestros
hermanos y hermanas "más viejos".
Para las
hermanas nacidas entre 1960 y 1970 se puede encontrar la misma llamada, precoz
o no, pero con contornos más diluidos, una formación catequística más
aleatoria, muy marcada por los planteamientos de "mayo de l968",
tanto a nivel sociológico como teórico. El Concilio, el mayor acontecimiento de
esta última mitad del siglo, abrió las ventanas para la amplitud. Pero la
corriente de aire hizo volar en pedazos algunas seguridades y algunos tipos de
relaciones tradicionales. Existen todas las formas de medio familiar: desde la
familia bien tradicional, bien confortable, pero en la cual los hijos crecidos
tienen una adolescencia muy difícil, en rebeldía con los ritos y obligaciones
sociales, hasta la familia que se mueve como grupo abierto. Todo eso se
complica con el derrumbe de las diferencias entre las generaciones, con una
colocación entre paréntesis de la autoridad y el papel de los padres, los
cuales parecen volver a entrar en la adolescencia y permanecer allí un buen
tiempo.
A nivel de la
búsqueda de la vocación, los jóvenes la experimentan más en términos de SED, de
búsqueda vital. Tal vez no sea todavía una sed de Dios, en el sentido en que se
expresa San Bernardo, pero ellas han sentido un cierto agotamiento en medio de
la experiencia de la vida en grupos, donde las personas se eligieron unas a
otras para compartir su planteamiento, para rehacer el mundo, o simplemente
huir. Poco a poco, sobre todo en las grandes ciudades, la escuela o la Iglesia,
que eran lugares pedagógicos de transmisión de una herencia, de un saber, de valores,
se volvieron lugares de experimentación, en los cuales las verdades más
objetivas son relativizadas a la medida del individuo, generando por una parte
inseguridad y angustia, y por otra incapacidad durable de realizar actos que
comprometan para el futuro.
Una ventaja
para la formación es, en verdad, el dinamismo provocado por esa sed, esa
carencia experimentada por los jóvenes. Carencia de sentido, carencia de
perspectiva para el futuro, carencia de solidaridad, carencia de relaciones
verdaderas. Todo ese aguzar el apetito es una apertura prometedora,
en la cual se puede aprender todo. No obstante existe el riesgo de ceder
todavía a la precipitación y sobre todo, dado el predominio de la afectividad,
de hacer elecciones sólo orientadas a obtener un modo de relaciones calurosas y
efímeras. Una investigación realizada con jóvenes de 20 a 30 años demostró que
su mayor temor era la soledad, el miedo de no ser alguien para alguien. Eso se
puede notar en nuestra forma de vida, pero seguramente de manera más suave que
en las periferias de nuestras ciudades, a través de las manifestaciones de
agresividad, ligadas a esa necesidad de ser reconocido, oído, tomado en
consideración.
En esas
condiciones, el desafío específico de la vida cisterciense será señalizar el
camino, ofrecer señales de orientación firmes, pero flexibles, en las cuales
las personas no desisten de colisionar con un cuestionamiento sobre el sentido
mismo de las observancias, pero donde será posible invitar a una iniciación
paciente en la práctica de los hábitos que estructuran, que "ordenan la
caridad" a partir de una vivencia comunitaria, de un consenso, de un
convivir. Las costumbres de la casa, con su poder de "colocar en
orden", son una guía que algunas descubren: juntas aprendemos a vivir y a
tener una "sabiduría de vida".
Para las que
son aún más jóvenes, nacidas después de 1965, la llamada las encontró mucho más
lejos, en un mundo casi extraño a la fe. Una intuición las puso en camino: Dios
existe y ellas quieren ir hacia Él. Aquí es posible encontrar todos los
niveles de formación humana, cultural y religiosa y también todos los niveles o
la inexistencia de los mismos en la inserción social. Lo que parece una
constante es, justamente, la inestabilidad de lo que hay en ellas y las rodea:
multiplicación de experiencias al gusto de las fantasías y de las ocasiones de
fuga a través de la televisión, vista sin continuidad y con tedio. Todo es
evaluado en función de la subjetividad: lo real existe siempre que me sienta
involucrado. El encuentro seductor con corrientes espirituales como el budismo
o la meditación zen hace que se atribuya el mismo nivel de legitimidad a todas
las religiones, sin el análisis debido del dato ideológico que suponen. De ahí
se deduce que es posible buscar el propio alimento donde quiera que se esté: la
tolerancia hace que todo tenga el mismo valor.
Es verdad que
no somos nosotras las que determinamos los escenarios en los cuales Dios se
deja encontrar. Muchas veces es precisamente a partir de una experiencia que se
sitúa a nivel de lo que fue "sentido", del sentimiento, de la
sensación, pues son el medio de conocimiento privilegiado. Aquí es necesario un
buen tiempo de catequesis antes de llegar a retomar el camino hacia el Dios
revelado por Jesucristo, el Dios de la Biblia o del
Evangelio, confesado por la Iglesia y en la Iglesia. Con estas
jóvenes, para la formación, me parece que el desafío es un aprendizaje de la interioridad,
de la permanencia, de la permanencia en la interioridad. El
tiempo, ritmado a lo largo del año por la liturgia, por la organización
de la vida monástica según San Benito, por la entrada a pasos lentos en la vida
de oración, se torna un aliado que permite la maduración en todos los niveles
de la persona: cuerpo, afectividad, sensorialidad e incluso una
reestructuración de la memoria y de la capacidad de juzgar, además del
aprendizaje de la objetividad.
2° Integración en la vida monástica
En todos los
dominios de la vida monástica tal cual se presenta, hay interrogantes que van a
encontrar respuesta si una comunidad está viva, llena de buen celo (RB, 72), es
decir, si cada uno de sus miembros a través de sus límites, vive plena y
simplemente cada momento del día, entrando lo máximo posible en el consenso
comunitario de manera responsable y alegre. Todos los interrogantes sobre el sentido
de la existencia de la vida consagrada, de la renuncia fecunda a la
voluntad propia, de la pobreza vivida con alegría y del ágape fraterno, todo
este cuestionamiento es generador de vida nueva para la manera como
vivimos una dimensión contemplativa de nuestra vida. Es un tiempo de prueba
para cada uno, no sólo para las jóvenes: una verificación del sentido de las
relaciones fraternas, del sentido del celibato, de la continencia, del sentido
del trabajo manual, del sentido de la liturgia, del sentido de una vida de
gratuidad, libre de toda servidumbre a la rentabilidad material, del sentido de
una existencia prometida solemne e íntegramente a Dios, de una existencia
portadora de vida para el mundo y la realización de la persona en todas sus
potencialidades.
La gran
angustia con la cual cada uno se confronta de manera única es: ¿Quién soy
yo? ¿Qué quiero realmente? ¿Me pueden ayudar a resolverlo mejor? Cada uno
se hace estas preguntas, y un ascenso a una vida adulta exige a todos una
búsqueda larga. Los más viejos atraviesan una crisis de rechazo a los padres.
Las explicaciones que se encuentran para el comportamiento de los mismos no
permiten aceptarlos automáticamente, tal cual son o fueron en el pasado. La
íntegración en la comunidad pasa por un trabajo arduo de reconciliación,
perdón, aceptación lenta de todo lo que nos hizo llegar a ser lo que somos hoy.
Un interrogante que va a permanecer sin respuesta en el plano profundo: ¿Qué
hice de lo que me hicieron?, o sea: ¿alre-
dedor de qué me construí a mí misma/o? Puede haber habido herida,
agresión, angustia. En sí mismas estas experiencias no generan una respuesta
típica, es mi reacción la que, por la fuerza del Espíritu Santo, va a orientar
mis encierros o mis dinamismos.
La convicción
de nuestra fe es que Dios no arranca una sola página de nuestra historia, ni la
más luminosa ni la más dolorosa. Esto choca con la mentalidad contemporánea que
quiere huir del dolor bajo todas sus formas, y en especial huir de la muerte.
íQué desafío se presenta cuando es preciso justamente hacer frente a un
compromiso "hasta la muerte"! ¡Cuántos retrocesos algunas veces para
evitar por todos los medios que esos momentos dolorosos vuelvan con su carga
emocional, especialmente cuando una forma de vida en común (casamiento o vida
comunitaria) decepcionó muchas esperanzas y causó de nuevo tantas heridas!
La búsqueda de
identidad, para una generación siguiente, toma una forma un poco diferente. Las
verdades universales se han vuelto mal vistas por la polémica, los jóvenes
esbozan otra etapa de la "rnuerte del padre". La creación de
formas nuevas de vida comunitaria, basada sobre la fraternidad, abrió el camino
para una valoración de la afectividad, la emotividad, las elecciones realizadas
en función de los sentimientos, y ya no de los valores verdaderos y fuertes. El
acento recae en el equipo, el grupo. El temor a toda jerarquía, a toda
autoridad vuelve más laboriosa la entrada en la obediencia verdadera. Es
muy positiva toda valoración de la persona, de su espontaneidad, de su
creatividad. Son inmensas la generosidad, la claridad, la confianza, pero
cuando apenas son el fruto de lo que sintió personalmente pueden generar
también soledad inmensa.
Queda, pues, el
desafío mayor: diseñar el crecimiento en un conjunto de criterios, de puntos de
referencia para la moral y las relaciones. Aquí gana toda su importancia el
conjunto de "codificaciones" que antiguamente se llamaban
"usos". Entrar en la vida cisterciense lleva a algo muy nuevo para la
mitad de las jóvenes: un modo de relacionarse construido sobre un respeto de
las personas en su identidad propia, en su diferencia, en su papel respectivo.
San Benito lo describe en los capítulos 63 (del orden en la comunidad), 26 y 27
(cómo tratar a los excluidos), y para canalizar las iniciativas que apenas
podrían derivar de los buenos sentimientos, determina a quién compete
realizarlo.
Cuando la Regla
habla del Abad dice precisamente: «Al abad, puesto que se sabe por la
fe que hace las veces de Cristo, le llamarán
"señor" y "Abad" (RB 63,13). Y
todavía más: «Debe acordarse del título que se le da y cumplir
con
hechos el nombre de superior» (RB 2,1). Todo lo que dice hasta el
capítulo 52 (del oratorio del monasterio) solo hace enfocar la importancia que
tienen los lugares y las personas cuando son verdaderamente lo que son: «El
oratorio debe ser lo que dice su nombre, y en él no se ha de hacer ni
guardar ninguna otra cosa». Me pregunto a veces si no está ahí el desafío
que debemos afrontar desde los últimos 20 ó 30 años.
Ese cambio de
dirección fue vivido por las más antiguas sea participando en grupos que
militaban a favor de la liberación de la mujer, sea adoptando la moda unisex,
sea valorando el "amor sin riesgo", en el cual el sentimiento no
encuentra más espacio para nacer y crecer, hacer nacer y hacer crecer. ¡Como si
el amor no fuera la forma más alta de riesgo! Con las más jóvenes se llegó a
experiencias aun más diluidas, aun más narcisistas, en las que la vida de
relación es nivelada y a veces negada. Se pueden encontrar personalidades que
tienen muchos puntos en común con los giróvagos y sarabaítas descritos por San
Benito, siempre en camino, jamás en reposo, procurando sin cesar el placer
inmediato. ¡Y ellas son capaces de descubrirse a sí mismas como tales, de
reconocerse bajos los trazos de estos dos géneros, que para los monjes son
detestables!
¿Cómo saber
quién se es cuando el hombre o la mujer no se sitúan ya uno en relación al
otro, en una distinción sana que permite el diálogo y en la cual el niño está
convidado a encontrar la vida? Cuando el cónyuge, los padres, los educadores,
los adultos son rechazados o no se aceptan ya por lo que son, es decir, aquellos
a partir de los cuales se estructuran los niños, ¿qué puede ocurrir? La
angustia expresada con más frecuencia por las más jóvenes es: "¿Soy normal?"
Esta pregunta abarca todos los planos, desde el más profundo al más
superficial. La información difundida por los medios tiene por fin unP
formizar, "aseptizar", estandarizar las experiencias, el
comportamiento, los sentimientos, la vestimenta, la cultura, sin olvidar
también el vocabulario.
Una estadística
reciente, aparecida en Francia, había descubierto el consumo de droga en uno de
cada tres niños en edad escolar. Eso puede comenzar de forma bastante banal a
través de un tranquilizante ofrecido por los padres, durante el período de
exámenes, inconscientes de lo que está en juego en esa iniciación. Una monja,
al volver de una consulta médica, me decía que había quedado aterrada por el
número de jóvenes entre trece y catorce años que había visto en la ciudad,
vestidas de una forma que las envejecía, del tipo de los maniquíes de los
comercios, como si estuvieran preparadas para participar en un desfile de
modas. Comentó que no se daban
cuenta de los límites para el aislamiento del cuerpo. Esta misma
hermana tuvo una adolescencia difícil, viviendo con los grupos de jóvenes,
tratando de compensar esa desesperación con la droga o las relaciones
marginales, y fue en el vacío de esas
experiencias donde el Señor llegó hasta ella, en un paso sin transición a la
vida. Comenta su encuentro con las jóvenes de la calle: «De aquí a diez años
serán esas jóvenes las que vendrán a llamar a las puertas de los monasterios,
después de haber atravesado los desvanes (los escondrijos) de la oscuridad
absoluta, habiendo estado al borde de abismos que no imaginas. ¿Cuál será su
cuadro de referencia? Ellas tendrán parámetros que nosotras no tenemos. ¿Cómo
podremos comprender su modo de actuar?» Aquí también hubo una evolución en
los últimos seis años: esas experiencias están cada vez más desparramadas, por
no decir generalizadas, vulgarizadas. Dejo la palabra a esa novicia que
comparte su experiencia en relación al mal que puede hacer esa vulgarización a
todos los niveles del ser humano: físico, psicológico, moral y espiritual:
«Los
medios hablan tanto de que "la marihuana es suave". que se puede
parecer desfasado si, en una fiesta, no se fuma un cigarrillo de hachís, o si
se va a un rave party y no se consume lo que manifiesta y
concretiza la fraternidad. el éxtasis. Es la comunión a partir de lo
compartido. Pero en Woodstock hace 40 años era semejante. Lo que choca es que
se trata de jóvenes bien y no de aquellos del Cuarto Mundo. Se apoyan
sobre esas cosas que arruinan la salud. Está casi institucionalizado, es el
rito del sábado a la noche, se toma la píldora, se explota y eso es todo».
Reencontrar
una antropología más luminosa, tal cual es posible encontrar en
los textos del Vaticano 11, que respira la Biblia a pleno pulmón, es una de las
tareas principales a las cuales hay que dedicarse con entusiasmo en la
formación monástica, así como a la catequesis. En el Génesis Dios crea a Adán
hombre y mujer. Esta es una semejanza que confía al hombre el poder de donarse
totalmente, a su imagen. La relación del hombre con la mujer pertenece al
género de la oblación, no de la necesidad biológica, como la nutrición o la
respiración. Reencontrar una antropología plena del cuerpo donde éste es
aquello por el cual el hombre y la mujer se donan plenamente, cualquiera que
sea el estado de vida en que estén alistados.
Frente a los extravíos
que los jóvenes han conocido -experimentaron hasta la desesperación- se va a
volver para nosotras un deber asistir a una generación en peligro, promoviendo
el sentido, promoviendo lo que va a ayu-
dar a poner en
acción los valores, una disciplina, en el sentido de "todo aquello que
permite tornarse discípulo".
Y justamente
una ventaja propicia para la formación de las jóvenes es su falta de
conocimientos adquiridos, notorio con respecto a la Biblia, a lo que es Dios, a
lo que es el hombre creado por Dios. Todo es nuevo, todavía no se ha
gastado con tantas lecturas distraídas. ¡Con qué rapidez descubren hasta qué
punto es nutritivo! ¡Se las puede ver realmente con apetito! Uno se queda
maravillado al verlas saborear la verdad del Año Litúrgico, con las lecturas
bíblicas y patrísticas, el ciclo de las lecturas del Evangelio, el Oficio
vivido como "fuente de piedad y alimento de la oración personal" (Introducción
General de la Liturgia de las Horas, n. 3).
Es preciso
vencer esa costumbre de "rnariposear" o de la lectura en diagonal. Se
me ocurre que una de las peores invenciones del siglo XX es el control remoto
de la televisión: permite cambiar sin cesar de programa a capricho... del
tedio. ¡Es una máquina para favorecer la acedia! La práctica del surf por
Internet, el contacto con interlocutores virtuales no llegó a ser habitual en
todas las monjas jóvenes en formación, pero las más jóvenes habrán tenido
ciertamente la oportunidad de experimentarlo. San Benito combate esta
incoherencia de una forma sabia: «Este libro será leído con orden y por
completo» (RB 48,15). La lectio divina tiene por objetivo
restablecer para toda la persona su eje a partir de la palabra de Dios y de la
Tradición. Es lo aprendido del dato de la fe, pero también una reeducación de
la inteligencia, la voluntad y aun la imaginación. Igualmente el lugar del cuerpo
en la Liturgia, por ejemplo, va a permitir muchos descubrimientos y
reconciliaciones.
El deseo de
aprender verdades que ayudan a vivir es compartido unanimemente por todas las
jóvenes, y se puede ver con alegría su entrada en la tradición bíblica,
patrística, filosófica y espiritual. La antropología que se puede trazar
a partir de los escritos de los Padres Cistercienses sorprende y seduce por
completo, por su profundidad espiritual y escriturística además de su lado
concreto, próximo a la vida. En esta dirección las jóvenes habían procurado la
vida, pero sin sospechar de una correspondencia tal con su propia experiencia.
La visión del hombre para los cístercienses es dinámica, optimista. Todo hombre
es creado a imagen y semejanza de Dios; ahí radica el fundamento de su
dignidad. Él perdió la semejanza, permaneciendo atraído por Dios, y aunque se
volvió pesado por el pecado, la misericordia le enseña a consentir ser salvado,
a consentir la obra de Cristo en él. El hombre no se
vuelve de un solo
golpe, sino por etapas. Solamente Cristo revela el hombre a si mismo
La
sensibilidad, casi generalizada, a la ecología, al valor del cuerpo, a
la imidad de la naturaleza y, en consecuencia, a la fraternidad, son
grandes res prontos a contribuir para la aventura de la maduración de esas jove
Uno de los ejes de la
integración en la vida monástica va a ser aprender a pasar del placer de estar juntos a la gracia de estar
juntos. Educar la caridad en el
interior de la comunidad cuyos miembros son elegidos or Dios y no or nosotros,
hará dar un gran paso en dirección a la libertad más auténtica: el ideal
generosísimo de fraternidad, de amor universal y de la abolición de ,la
frontera compartidas por toda esa generación, encontrará rápidamente allí un
terreno de aplicación concreto e inmediato.
Mantener el
timón en la dirección de lafe cristiana, con la ascesis despojadora que
exige, es todavía un desafío bien vivo y cotidiano. Retornar de los
espejismos del ocultismo tampoco es fácil. No deja sólo trazos espirituales,
sino también una actitud de tipo mágica, que desea evitar el
"riesgo", lo desconocido, lo que lleva a buscar la intromisión en la
vida privada del otro, mantenerlo en un cuadro sin sorpresas.
Las últimas
generaciones no vivieron grandes acontecimientos históricos o sociológicos: en
el caso de algunas no tuvieron la oportunidad de encontrar la muerte alcanzando
a alguno de los suyos. Su inocencia un poco egocéntrica, hasta narcisista, nos
va a exigir mucha paciencia. Se trata de proporcionarles largos momentos de
escucha, sin ceder a la tentación de minimizar su xperiencia vivida, tanto más
larga para contar justamente por no poseer muchas de ellas contornos definidos.
Diversos
elementos nuevos en la mentalidad contemporánea se deben a la investigación
tecnológica. El progreso tiene tantas facetas positivas que bien se puede dejar
de discernir sobre las consecuencias, que poco a poco se han instalado en las
formas de pensar, reaccionar y vivir. Del mismo modo ha mudado la forma de
trabajar en los últimos años. El equipamiento de las queserías, incluso
modestas, como son las de nuestros monasterios, se compone de diversos
elementos electrónicos. La relación con el tiempo, con la utilización del
material, se vuelve más cerebral, menos pragmática que cuando la técnica se
transmitía entre las generaciones de hermanas, con tanta seriedad como cuando
se transmitía el nombre del santo o la santa a invocar para salir de tal
dificultad en la preparación de los quesos.
El desafío
mayor generado por la tecnología es volver a encontrar el sentido del riesgo,
de la apertura al futuro, del abandono a la Providencia...
Imperceptiblemente
todo dolor, todo mal, recibe su remedio y ya no es posible vivir sin él,
soportar el dolor, mantenerse firme. Se intenta todo y se busca todo lo que nos
proporciona satisfacción total al instante: es aprovechado, y después
rechazado, ¡aunque sea el cónyuge! No hay lugar para lo imprevisto, lo no
programado, lo incómodo. La civilización del air bag y del teléfono
celular se da los medios para garantizar la seguridad del cuerpo y de la
relación, aunque sea al precio del espacio habitable y del espacio vital. Me
pregunto si no se puede llegar a decir que hay una reconstitución del cordón
umbilical o una actitud de cobardía, al mismo tiempo que todo el discurso
reivindica el individualismo, la autonomía y la independencia.
Será preciso de
ahora en adelante conseguir el modo de salir de la prisión de un universo en el
cual la contracepción fue erigida en sistema, considerada
"moralmente aceptable" y razonable. Esta forma de evitar la
concepción, de esterilización, es tal vez más perniciosa que el aborto. En éste
una criatura (que molesta) es "suprimida"; en aquélla, es
"evitada", corno se procura evitar el SIDA o como se procura evitar
todo peligro. Cuando se pierde de vista la naturaleza oblativa de las
relaciones humanas, cuando se hace de la esterilización un ideal de búsqueda de
gozo y confort y no un remedio eventual para situaciones objetivamente
difíciles, se cierra el camino a todo el futuro, hasta las elecciones
más simples de la vida cotidiana, y especialmente en la vida fraterna de
relación.
Seguramente
Dios no escapa a esta búsqueda extraña de seguridad. ¡Ese fue siempre el
terreno del combate espiritual a través de los siglos! De hecho, el gran desafío
para los formadores es precisamente poner todo en acción para permitir a
los jóvenes hacer una verdadera experiencia pascual de Dios, ciertamente en
el corazón de su fragilidad, de sus límites, de sus angustias, pero también de
su avidez, su esperanza, su confianza a lo largo de los días.
A veces el
relato de sus experiencias puede ser pesado de acoger, casi insoportable. Una
ventaja grande que propicia la lucha de los jóvenes y un estímulo para las
comunidades y los formadores es, con toda seguridad, esa apertura confiada
hacia los más viejos. Más que nunca tenemos que estar prontos para dar razón de
la esperanza que está en nosotros y que no decepciona, porque el Amor
fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu.
Sor Marie-Pascale DRAN, OCSO.
N.-D. de Chambarand